Cuando le exigimos al momento presente ser “perfecto” para estar en él, restringimos la existencia a lo que nuestra pequeña mente considera adecuado, agradable, bonito, olvidando que esta mente muchas veces actúa como un niño caprichoso sin querer soltar sus dulces.

Cuando conectamos con la “gran mente”, la presencia universal, el alma –o como quisiéramos llamarla– nuestra existencia se expande exponencialmente, aun a pesar de las incomodidades o dificultades que ese movimiento pueda generar.

La apertura a la vida es siempre completa: yin-yang. El momento presente siempre es perfecto.