Hay dos caminos para el despertar: el dolor y el amor. El primero surge de la supervivencia, del miedo a no existir, a dejar de ser. El segundo surge de la adaptación consciente y compasiva al devenir de la vida.

El miedo es una emoción básica que nos informa de peligro. Fundamentalmente relacionada con el deseo de continuar vivos, se entrecruza en nuestra percepción con la intención de continuar siendo esta que soy, el yo identificado que la mente concibe (erróneamente) como permanente y estático.

Estamos tan aferradas a ese yo que buscamos su supervivencia de cualquier manera. Eso se traduce en el intento de continuar, a toda costa, con aquello con lo que estamos tan identificados: trabajos, relaciones, estatus, posesiones, expectativas y planes a futuros.

Este yo tan estático tiene un plan a futuro que no desea rescindir, pues si lo hace, corre riesgo de perecer.

El dolor de dejar de existir, el dolor de perder, ambos vinculados con lo que se muere, son fuertes motivadores del despertar, de tomas de consciencia súbitas que nos llevan hacia movimientos inesperados en nuestras vidas… las llamadas crisis. Pero también nos puede llevar hacia la tozudez más completa de no querer dejar de ser y eso es aún más profundamente doloroso.

¿Cuánto dolor tenemos que experimentar para darnos cuenta de que, si soltamos todo, la vida también continúa? La experiencia del despertar es única y subjetiva, cada uno sabe cuan rígida es esa puerta que el dolor golpea. Y luego, miramos hacia atrás y no podemos creer haber sido tan obtusos ante lo evidente. Cambiar no es morir. Sufrir no es necesario.

El amor compasivo (“meta” en terminología budista) no es un “amor común” y no puede ser definido como una emoción. Es una experiencia, completa y transformadora, sobre todo cuando viene acompañada de incondicionalidad. Sentirlo, al darlo o al recibirlo, nos ubica en una frecuencia de energía superior, por ello es una oportunidad de consciencia mas completa que la que podemos tener en su ausencia.

El amor por la realidad de estar existiendo en este mismo momento nos lleva a comprender que nada más es necesario y que todo puede ser acomodado a partir de esa consciencia. Adaptarse no es un acto de resignación, sino una acción amorosa y compasiva hacia nuestra propia vida, percibiéndonos como partes de un devenir integrado con la totalidad. Comprendemos así la interconectividad de toda la existencia y podemos observarnos como seres que fluyen en una red que esta viva y que propicia la vida.

¿Cuánto amor tenemos que sentir para experimentar esta consciencia? Apenas un poco. El problema con este tipo de amor es que es difícil de encontrar. Primero, debemos buscarlo en nuestro interior, cultivando la intención de presencia compasiva hacia nosotros mismos en cualquier situación – allí reside la incondicionalidad. Dejar de exigirnos ser distintos, dejar de rechazar lo que somos, soltar las expectativas que nos condicionan y amarnos tal cual somos en cada aquí-ahora.

Definitivamente es una tarea compleja, porque nuestras mentes están habituadas a huir del momento presente, pero cuando atisbamos el camino, probamos mínimamente la experiencia, encontramos la resolución para continuar porque comprendemos que es un camino que, indudablemente, tiene sentido.

Y este amor incondicional que surge de nuestro propio corazón luminoso y receptivo hacia la vida, nos abre a más, nos enfoca en ser sin aferrarnos a ser, nos facilita la tarea de adaptarnos porque ya no somos tan importantes como sujetos individuales, sino que nos experimentamos y comprendemos desde el plan mayor, la red de interconexiones de la existencia.

Entonces, damos amor. Dar este amor incondicional es tan completo y transformador como crearlo y recibirlo. ¿Puedes imaginar cuánto ayudas a cualquier persona tan solo con amarla completamente tal como es? Le das un respiro a su propia lucha interna, le permites alivio y descanso de su miedo y obsesión de supervivencia.

Eso haces también por ti al amarte incondicionalmente y por ello es una posibilidad de despertar. Cuando dejas de tener miedo por tu “yo” y te entregas a ser, todo se acomoda en tu entorno y en tu interior. En realidad, no te adaptas a nada… cuando te amas completamente, la vida se adapta a ti, a esa expresión de amor en la que te conviertes e, increíblemente, existes más allá de ti. Lo eres todo.