Lo que realmente extraño estos días es estar en la naturaleza. Y si, tengo patio y estoy bastante afuera de la ciudad, pero extraño las mañanas en el parque Kempes, caminando, elongando y haciendo mi chi kung -taichi creativo, en ese pedacito de parque, que es en ese momento, me pertenece.

Extraño ir al lago y caminar por la orilla, aunque el agua esté helada, para así limpiarme de todas esas energías, emociones y pensamientos que se van acumulando en el mes.

Y esta cuarentena-pandemia es larga, cansadora y demandante, pero a esta altura ya no me parece ni más ni menos estresante que otros años, en el contexto de Argentina. Lo que sucede es que se nos acotaron terriblemente las vías de escape, los momentos de descompresión que cada uno de nosotros usa para recomponerse y continuar.

En un año distinto, esta semana estaría viajando a retiro zen de invierno, para estar en silencio, meditando por cinco días. Y si bien eso es duro, a la vez es completamente descongestivo, liberador, me reinicia y me da resto hasta fin de año. Pero eso ahora no es posible.

Tampoco lo es caminar por el río en el parque ni meter los pies en el lago. Me pregunté qué hacía antes de que existiera el parque Kempes (abierto en 2014?). Pues me iba a una placita que está en la Av. Piamonte, la de los boliches, al lado de San Pedro Apóstol y allí volví esta mañana.

Tiene una cierta magia, una muy buena vista y a la mañana nunca hay nadie. Descubrí este árbol, recto, frondoso, y lo usé para alinearme en él. Y sigo extrañando el agua, una cosa no reemplaza a la otra, pero encontré ese resto que buscaba.

Será cuestión de regenerarlo día a día, en vez de mes a mes o semana a semana. Y no es por conformarme, sino poder estar con lo que hay, con lo que se puede. Eso hace de la vida algo real, sino quedamos varados en la espera a retomar lo anterior. Pero eso ya no existe, no hay volver atrás.

En este aquí-ahora, este árbol es mi libertad.