Cuando la guía del tronco ya no deja crecer al árbol —Una reflexión sobre las meditaciones guiadas, clases guiadas y otros soportes externos a la práctica (música, audios, videos).
Imagina un pequeño árbol recién plantado. Le colocas una guía, un tutor de madera plantado junto a su pequeño tronco y atado al mismo. Es una medida necesaria para cuidar del arbolito y permitirle fortalecer sus raíces y crecer con un tronco fuerte, que luego pueda hacer frente al viento y a la lluvia por sí solo.
Pasado un tiempo, retiras esa guía y dejas al árbol solo, para que siga creciendo por si mismo y dependa de sus propias raíces y tronco. Así, su copa se hace frondosa y capta abundante sol que lo nutre y lo llena de vida en sus ramas, flores y frutos.
Por el contrario, si dejas la guía atada al árbol, lo lastimas, lo retienes, evitas que su tronco crezca. Permanece pequeño y en un vendaval termina herido o se vuela.
Hay arboles que necesitan guías por muy poco tiempo, otras plantas las necesitan toda la vida. A veces, los arboles se tuercen o pierden enraizamiento y necesitan, ya maduros, tener nuevamente un tutor. Depende de cada caso. De cada vida.
Cuando comienzas a meditar, eres como el pequeño árbol recién plantado: necesitas una guía. Sea ésta un instructor, un mp3 o una música, la guía te asiste en la tarea de cultivar consciencia y atención. Lo mismo sucede cuando inicias una práctica somática o de corporalidad consciente: el instructor te guía, en persona, en video, en audio. Estás atada a las indicaciones y eso te permite aprender con sostén.
Pero llega un momento en tu práctica que esa guía debe suavemente disolverse, tal vez no de un día para el otro, pero cuando confías en tu propia consistencia, debes animarte a practicar sola, a seguir tus propias instrucciones.
La autoreferencia y el silencio solventan la memoria corporal, la experiencia consciente y eso te fortalece, te da seguridad, creando en ti un tronco -un eje de práctica- fuerte y enraizado. Y puedes regresar a tu guía, a tu tutor, periódicamente para chequear tu avance ordenado, e incluso, a veces, necesitar correcciones, pero luego de un tiempo comprendes que ya dependes de ti misma y tu fortaleza interior te es de gran ayuda en las tormentas y vendavales que trae la vida. Te abres, frondosa y abundante, al sol que te nutre y los frutos de la práctica comenzar a aparecer.
Contrariamente, si nunca dejas las guías, siempre dependes del audio, el video, la profe, el grupo, la vestimenta, el lugar y el sahumerio, eres un árbol débil, la lluvia y el viento te afectan en tus raíces y no creces lo suficiente para que la luz irradie sobre tus hojas y ramas. Los frutos de la práctica son pequeños y sin sabor. Cuando la guía es tu zona de confort, la práctica es dependiente y limitante.
Buscas la libertad prefiriendo continuar atada a las instrucciones y soportes externos. ¿Acaso no tienes ganas de crear por ti misma, de moverte según tus propios parámetros? Piensa en el árbol al cual le retiran su tutor: todo depende de si mismo a partir de ese momento, no tiene más opción que ser completamente lo que es y profundizar en ello para continuarse vivo.
A diferencia de los tutores de madera, las personas que guiamos clases y damos instrucciones, somos propensas a apegarnos a nuestro árboles-alumnos. La gran tarea de la guía es invitar amablemente a las practicantes a experimentar por sí solas, tomando esa distancia amorosa que cuida y permite al mismo tiempo. Así, ayudamos a las personas de la mas profunda forma posible, dándoles el poder de ser su propio eje, su propia fortaleza sin codependencias.
Los tutores también necesitamos aprender a no ser dependientes de los alumnos. Una varilla de madera solo es guía cuando está atada a un árbol, pero en su esencia siempre es simplemente madera. Un maestro solo enseña cuando hay alumnos, ¿cuál es su esencia el resto del tiempo?
El maestro no es mas que un practicante, que tuvo su guía en su momento y que a veces la necesita de nuevo, solo lleva un poco mas de tiempo plantado en su interior.