Uno no se vuelve practicante por que practica, sino por que toma responsabilidad por su propia práctica. Eso significa que la hace voluntariamente, la usa como recurso y espacio de autocuidado, y en definitiva, la crea en función del acontecer de la propia vida.
“LA PRÁCTICA”, me gusta comprender este concepto como algo amplio y personal. La práctica puede estar circunscrita a una disciplina pero, en la mayoría de los casos, se trata de una mezcla o integración de aquello que tiene sentido para cada practicante.
En mi caso, la práctica tiene mucho componente de qigong y zen pero también incluye estar al aire libre, caminar, movimiento somático, estiramientos y fortalecer mi core. Y si bien tengo una base que se sostiene, mi práctica varia de manera cotidiana en función de mi agenda, de mis emociones y necesidades concretas, incluso del clima!
Ser practicante no se trata de ir a la clase semanal, sino de tomar responsabilidad por hacer y usar la práctica como parte de tu vida. Hay entonces una diferencia entre la clase y la práctica. Ambas son necesarias y tienen que estar integradas y en coherencia.
Si usas las clases para compartimentar tu vida, aislarte de la “locura diaria” y encontrar una supuesta paz, no llegarás a ser practicante. Solo cuando las herramientas y recursos que aprendemos se foguean en el devenir cotidiano, nos convertimos en practicantes… imperfectas, inconclusas, en proceso y con necesidad de apoyo y guía.
Todas las practicantes lo somos en proceso. Como dijo el Buda: una vez que la rueda empieza a girar no se puede detener. ¿Cómo comienza a girar la rueda de la consciencia? Tomando responsabilidad por tu propia vida. Y la práctica es la vida.