El maestro llegó a la casa de la anfitriona con una canasta de frutos secos. La anfitriona agradeció el regalo y lo ubicó en la esquina de la mesa. Todos conversaban mientras iban llegando más invitados y aguardaban al resto para sentarse a comer. El maestro charlaba con unos y con otros y la anfitriona continuaba preparando la mesa navideña.

Pasado un rato la anfitriona vio que la canasta de frutos ya tenía un par menos. Miró alrededor para descubrir quien no estaba aguantando el hambre pero no vio nada sospechoso. Todos conversaban y compartían. Fue a la cocina y al regresar faltaban aún más frutos de la canasta. Decidió quedarse observando para agarrar al impaciente en el acto.

Se sorprendió al descubrir que el comilón era el propio maestro.

—Maestro! ¿Por qué se está comiendo los frutos de la canasta? ¿Esto no era un regalo?

—Si claro! — respondió el maestro. —Son los frutos de mi práctica y son un regalo para mí. Me los voy comiendo así me recuerdo ser compasivo, tolerante, agradecido y bondadoso con todos los aquí presentes —dijo el maestro metiéndose los últimos dos frutos en su boca.

Los frutos de la práctica son un regalo que usamos en las ocasiones que nos resultan desafiantes. El maestro pudiera parecer egoísta, pero al aprovechar para si esos frutos, en realidad comparte el regalo hacia todos los demás.