El Buda enseñó que una de las causas de sufrimiento es que aquello que nos desagrada se haga presente en nuestras vidas. Nos desagrada el dolor de cualquier tipo, la incertidumbre, la incomodidad, lo que percibimos como roto o incorrecto.

La consciencia sobre todo eso también nos incomoda. ¿De qué sirve darnos cuenta de lo desagradable que acontece? Tenemos una vana ilusión de poder solo ser conscientes de lo bello y amable. Sin embargo, hay gran valor en ser conscientes de lo desagradable: nada puede cambiar o mejorar si no es primeramente observado.

En la experiencia consciente sobre lo que nos desagrada hay varios componentes: lo incómodo en sí mismo, la noción de eso, nuestra reacción automática de rechazo, la cadena de pensamientos que justifican el rechazo (por qué esto, por qué a mi, no lo quiero) y las emociones que devienen de todo eso: angustia, ansiedad, preocupación, miedo. Pocas veces podemos diferenciar claramente todos esos componentes de la experiencia, y menos veces aun podemos ser conscientes de la reacción de rechazo a lo desagradable o incómodo, llevándonos a no poder separarnos de la experiencia. Cuando lo desagradable y su rechazo son la misma cosa, nos resulta imposible salir de ahí y ampliar la perspectiva.

Apa! ¡Qué complejo para newsletter de domingo de diciembre!

Aquí el tip que resuelve todo: nada de lo incómodo o desagradable es imposible. Cuando dejas de rechazarlo, cambia tu capacidad de estar con eso y, por consiguiente, de gestionarlo.

Cómo sería tu experiencia, entonces, si te recuerdas que:

Incómodo no es imposible. El no-rechazo no invalida la impernanencia.
Al fin y al cabo, incluso lo incómodo no permanece.